martes, noviembre 21, 2006

La importancia del ocio como factor de identidad


Leía el otro día un artículo de Vicente Verdú que me ha llevado a una serie de reflexiones que en modo alguno quieren ser científicas, ni siquiera técnicas, sino filosóficas por lo que tiene la filosofía de libertad y, por qué no decirlo, cierta osadía inconsciente.
Decía Verdú que hoy “el trabajo profesional ha ido descaracterizándose y el ocio, por el contrario, cargándose de elementos dispuestos a definirnos”. El trabajo, según Verdú, ya no define nuestra identidad, no refleja lo que somos, sino que es el ocio el que permite formar un dibujo, más o menos completo y complejo, de nuestro ser.
Antes el trabajo, como parte cuantitativamente fundamental del tiempo humano, era el medio en el que nos manifestábamos, en el que éramos nosotros mismos, era el entorno donde más tiempo vivíamos. Hoy, con el desarrollo de la sociedad del ocio, el trabajo se ha convertido en un medio para alimentar el tiempo en que somos Yo. Somos nosotros mismos cuando estamos fuera del trabajo, cuando disfrutamos de la reunificación de la tribu, dispersa a causa de unas funciones crematísticas no elegidas, en la mayoría de los casos, que financian mis manifestaciones de identidad.
Yo sólo soy yo cuando puede elegir dónde quiero viajar, qué monumentos quiero ver, qué grupo escuchar o que ropa comprarme. Sólo cuando me quito el uniforme de trabajo y me pongo el de ocio soy yo. Me reúno con mis amigos de verdad, con mi tribu, para desarrollar los rituales que nos definen.
Esos ingleses que salen de las fábricas o de los almacenes y visitan España en grupo, reagrupándose aquí también y manifestándose como una unidad, como un tipo único de entidad, desarrollando los rituales que los definen, beber, fumar, conversar, incluso aquí, fuera de su entorno.
El trabajo nos aliena, el ocio nos define. En el trabajo somos lo que otros quieren que seamos, en el ocio somos como queremos ser. Nos definimos por nuestro ocio y el ocio nos define.
En turismo estas ideas, esta concepción de la persona, ayudarían a desarrollar una nueva inteligencia del cliente, una nueva forma de entender al visitante y comprender muchos de sus deseos y actuaciones. Como hemos dicho en otros artículos (e Isaac ha explicado muy bien en varias ocasiones) debemos cambiar la concepción del cliente y la forma de relacionarnos con él, que no enfrentarnos. El estudio del visitante, sus motivaciones, su entorno, debería ser un instrumento fundamental de la inteligencia de mercados.
Si olvidamos quiénes son y de dónde vienen nuestros clientes nos limitamos a dar un servicio estandarizado y completamente ajeno a la personalidad del visitante.

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