viernes, marzo 16, 2007

Cruzar fronteras

Decía Kapuscinski que “el sentido de la vida es cruzar fronteras”. Le he estado dando vueltas a esta frase y me ha vuelto a aparecer con intensidad leyendo su libro Viajes con Herodoto, donde dice, “porque yo no ambicionaba lugares como París o Londres, no, ni mucho menos; ni me los había intentado imaginar, ni tan siquiera me interesaban, sólo anhelaba una cosa: cruzar la frontera, no importaba cuál ni dónde, porque no me importaba el fin, la meta, el destino, sino el mero acto, casi místico y trascendental, de cruzar la frontera”.
Para un joven de la Polonia comunista ese hecho sería posiblemente una transgresión en sí mismo, una forma de reafirmar un deseo de vida. Hoy en día cruzar fronteras tiene, al menos en nuestros países occidentales, otros significados, y no solo físicos.
El mero hecho de viajar es cruzar fronteras, a veces físicas, otras mentales, pero siempre supone un cambio de perspectiva, un reposicionamiento personal con respecto al resto del mundo. Las fronteras físicas no tienen por qué ser políticas. Yo he sentido en dos ocasiones cruzar fronteras en mi país: cuando fui a Ceuta y cuando fui a Mallorca. Ceuta supuso un cambio de perspectiva cultural, un nuevo entorno en el que mi tradición no era tan importante y en el que “el otro” adquiría una dimensión hasta ahora desconocida, por su diferencia, por su unicidad. Era, en efecto, un reposicionamiento puesto que yo dejaba de ser uno más y pasaba a ser alguien con argumentos distintos a los que había tenido hasta ahora. A mi no me explicaba ya lo que antes lo hacía, sino que cambiaba mi adjetivación y, por tanto, cambiaba mi posición respecto al mundo.
Mallorca tenía, y tiene, la insularidad, el saberse en cierto grado sola, y ser consciente de ello. Cuando aterrizas en Mallorca, si eres capaz de percibir lo que comporta, te sientes habitante de un continente independiente, donde los espacios son cercanos, las distancias menores y comprendes que eres más dueño de la realidad, porque eres más dueño del espacio y el tiempo, aunque sea mentira.
El turista, el viajero sobre todo, ese que se integra en el destino, que se aleja de los circuitos programados y recorre las callejuelas de Venecia en lugar de visitar las postales, ese viajero está constantemente cruzando fronteras, sobre todo mentales.
El viajero cambia la seguridad de lo conocido por la excitación de lo oculto, en ocasiones ha de hacer un esfuerzo por asumir nuevos códigos, nuevas formas de conducta que posiblemente le afectarán y cambiarán, como cambian los modos y conductas de los viajeros al destino. Es un intercambio constante, un hermanamiento entre fronteras mentales que se difuminan en cada contacto. Al final del viaje dejamos un destino que es menos frontera y volvemos a un origen que lo es un poco más.
Porque la vuelta del viaje es un nuevo reposicionamiento, un leve cuestionarse códigos ya asumidos, una pequeña crisis de identidad. Han pasado pocos días pero parecen más, porque no venimos del mismo mundo en el que habitamos diariamente, sino que hemos cambiado de perspectivas, hemos estado en otra realidad, anexa a la nuestra y mutuoinfluenciada, es verdad, pero distinta.
El viajero cambia no sólo mentalmente, sino que cruza también la frontera social, asciende en el escalafón. Ya no es Manolo, sino el Sr. Gutiérrez, con un estatus distinto y un poder que desconocía. Cambiamos la perspectiva social y por unos días nos creemos importantes, atendidos y escuchados.
Esa búsqueda de la diferencia, de la frontera ignota, conlleva la búsqueda de lo desconocido. Porque cuando compramos un destino compramos promesas, tratamos de colmar deseos, pero en realidad no sabemos si eso es posible, puesto que en realidad no sabemos ni lo que buscamos ni lo que vamos a encontrar. Pero tenemos la suerte de poder volver al nido. Es la teoría de la Base Segura, propuesta por John Bowlby en 1989 y que él mismo explica: “el concepto de base personal segura a partir de la cual un niño, un adolescente o un adulto salen a explorar y a la cual regresan de vez en cuando es un concepto que he llegado a considerar decisivo para la comprensión del modo en que una persona emocionalmente estable se desarrolla y funciona a lo largo de toda su vida”.
El viajero también tiene su “base segura”, que no es otra que su lugar de origen, su refugio al que volver tras cruzar las fronteras físicas y mentales que sus viajes y sus deseos le han hecho cruzar. Y todo esto a pesar del miedo a lo no conocido, a pesar de necesitar constantemente referencias en los destinos para tratar de minimizar el periodo de adaptación y convertir la frontera en un recuerdo.
Lo mejor que le puede pasar a un destino es que antes de ser visitado refleje un concepto de frontera deseable, de incógnita atractiva. Y que una vez visitado haga desaparecer su adjetivo de fronterizo y adquiera el de habitual, anhelantemente habitual refugio al que regresar.

1 comentarios:

Anonymous Anónimo ha dicho...

Hola, quiero invitarte a un nuevo blog. Se trata de Turismo en Red. Para compartir ideas en pro del turismo. Estás cordialmente invitado.
Te espero!

http://www.turismoenred.vox.com

3:20 a. m.  

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