lunes, abril 02, 2007

Esos turistas del demonio

Ya traté este tema en otra ocasión, pero me gustaría retomar el asunto porque este fin de semana leí un artículo de Umberto Eco que no tiene desperdicio. El tema es, como ya se habrá adivinado, la mala imagen que tiene el turismo, principalmente de masas, en los destinos.
Es un fenómeno relativamente nuevo en España, pero está condicionando nuestra oferta.
El artículo de Umberto Eco en cuestión se publicó en El Mundo el pasado sábado (lamento no tener el enlace) y se titulaba Parques Temáticos de Arte para el Turismo de Masas. Decía Eco que las obras de arte y los monumentos sufren un auténtico acoso por parte del turismo de masas de modo que abogaba por la creación de reproducciones concentradas en una especie de parques temáticos del arte para uso de esos turistas de aluvión.
En principio la idea puede parecer buena, pero tal vez no lo es tanto si la analizamos, y sobre todo por las motivaciones que señala Eco.
Parte Eco de una definición del turismo actual muy personal. Dice que "con la llegada del turismo de masas, metrópolis y aldeas quizás hayan aumentado sus ingresos, pero en la misma medida se han deslucido y ensuciado, convirtiéndose en auténticos vertederos de latas de Coca Cola y bolsas de plástico, en enormes explanadas llenas de puestos que venden falsas copias para los amantes de los souvenirs, en malolientes meandros asolados por muchedumbres sudorosas y ruidosas."
Como se ve, para Eco el turismo es malo si los turistas son más de diez. Esta definición,sin matices ni excepciones, refleja una visión snob y exclusivista de la vida, una condena sin ambajes del turismo, a no ser que sea exclusivo y elitista.
Defiende despues Eco la creación de ese "parque temático del arte "ya que las obras de arte "se sabe perfectamente que el aliento de millones de visitantes a menudo las pone en peligro". Y así señala que "lo que hay que hacer es aprovechar las tendencias naturales del turismo de masas, al que le da lo mismo visitar la Pieta Rondanini o un centro comercial, al igual que muchos norteamericanos encuentran más romano el Caesars Palace de Las Vegas que el Coliseo".
Creemos por tanto parques temáticos para esos millones de paletos que deambulan por el mundo cámara en ristre sin ningún criterio y con el único deseo de poder presumir con un "yo estuve allí".
Esta visión miope del turismo de Umberto Eco, olvida que muchos monumentos y obras de arte han podido ser recuperadas gracias al turismo, gracias a la aportación de esos "paletos" que fotografían todo lo que se mueve.
Sin lugar a dudas es necesario preservar las obras de arte, pero también es fundamental comprender que su función es ser admiradas y observadas, independientemente del tipo de mirada dirigida. ¿O es que es mejor la mirada del experto que la del neófito? ¿o es que es preferible saber del arte heleno para admirar la Victoria de Samotracia?
En ocasiones se olvidan estos snobs que detrás de cada turista hay una persona, y que cada persona tiene el mismo derecho a acceder al arte, desde su propia mirada, desde su propio ambaje cultural.
Por supuesto que la visita masiva a un destino produce disfunciones en el mismo y que hay que minimizarlos pero lo que pide Eco no es ni siquiera la reproducción de los monumentos actuales, sino que pretende que se reproduzcan como eran cuando se crearon, y por supuesto en un lugar alejado a su emplazamiento actual. Con ello Eco roba a los visitantes de esos parques el componente histórico del monumento. Porque cuando yo visito el Partenon no visito solo un edificio impresionante y bello, visito también la historia que le es consustancial. Y lo que a mí me produce vértigo no es la visión del edificio en sí, sino agregado a su historia, a su pasado, al hecho de que allí, donde yo estoy ahora contemplando ese monumento, vivieron y murieron algunos de los más grandes filósofos y artistas de la historia, y que ellos forman parte de pasado y mi tradición cultural.
Puede ocurrir que pase lo que dice Juan Freire respecto a Ureña, declarada Villa del Libro por la Diputación de Valladolid, "Urueña es un simulacro de cultura, un espectáculo bien diseñado pero incompleto. Le falta vitalidad, le falta movimiento, le falta desorden. Sólo se puede completar la experiencia con una cierta dosis de comprensión por parte del espectador (no ya cliente ni usuario, ni tan siquiera consumidor de cultura)".
Y es que todo lo artificial sabe a artificial, y elegir lo original o la copia ya está definiendo al elector, con lo que ello implica de categorización moral.
Si alguien quiere crear una "Uffizylandia" que la cree, pero que la excusa no sea "lo malos que son los turistas para las obras de arte, entre otras cosas porque entre esos turistas estoy yo, y no me gusta que me falten al respeto.

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